Mutantes de carne y medios
Olga Lucía Lozano
Tiene la frente de la Gioconda, los ojos de la Psique de Gérard, la boca de la Europa de Boucher, la barbilla de la Venus de Botticelli y la nariz de una Diana de la escuela de Fontainebleau. Pero esos rasgos que han hecho famoso su rostro en todo el mundo no corresponden a un premio de la genética. Son producto de un trabajo en el que se mezclan su riesgoso concepto artístico, el brutal bisturí del cirujano plástico y la delicadeza de las formas pictóricas.
Se le conoce simplemente como Orlan. Se le describe como una artista francesa metida en el cuento del carnal art. Pero acercarse y entender las razones que le han llevado a someterse desde 1990 a nueve intervenciones quirúrgicas para reconfigurar su rostro según los cánones estéticos de obras clásicas de la pintura va mucho más allá del elemental acoplamiento a las etiquetas o clasificaciones.
Más si se tiene en cuenta que esas cirugías plásticas han sido transmitidas en directo a gran parte del planeta (la última a través de Internet) mientras ella dirige el espectáculo cual si se tratara de cualquier show televisivo. Sin duda, en este caso no se asiste a la consolidación de una manifestación enloquecida del body art (movimiento artístico que revolucionó el mundo en los 70), sino a la explosión de un lenguaje donde aparece una fila de subversivos de la piel, el dolor y la genética.
No en vano muchos los califican de tecno-masoquistas y mientras algunos observan a Orlan como la protagonista de una historia en que se escenifica "la descabellada exigencia de una perfección física imposible" (crítica Barbara Rose), otros se dedican a hablar de la manipulación que hombres y mujeres, gracias a la tecnología contemporánea, ejercen sobre su propio cuerpo.
Pero claro, en este caso no estamos hablando de jovencitos que consideran señales de irreverencia la infantil tarea de marcar su cuerpo con tatuajes e invadir sus pieles con argollas. Nos estamos refiriendo a seres capaces de jugarse en serio la carne, el hueso y la sangre frente a un auditorio cansado de los poéticas acciones artísticas (performances) en donde lo primero que se preserva es la integridad física y mental de todos. De seres orientados a convertir argumentos de ficción en hechos de la vida real y capaces de sustentar sus actos alucinantes con ideas convincentes.
Los cyborg reales
En esa línea saltan a los medios, sin los cuales no podrían existir, una lista de personajes que desde la tecnología actual plantean preguntas, se acomodan al mundo e introducen en su estructura física instrumentos técnicos para que convivan con sus órganos, como si se tratara de la simbiosis del cuerpo y la tecnología.
Así como el caso de Orlan nos remite a un provocativo desafío a los códigos anatómicos, en lo referente al australiano Stelarc, por ejemplo, su reto incluye la demostración de lo obsoleto del cuerpo humano ante el imperio de la técnica, más cuando ella nos domina desde hace años.
Conocido como un cyborg (hombre-máquina) de la vida contemporánea, en una de sus primeras propuestas, Stomach sculptures, insertó en su estómago, después de haberlo inflado y haber extraído los jugos gástricos, unas esculturas de acrílico. Las "obras" solo eran visibles a través de una endoscopia.
Pero quizás el trabajo que mayor recordación tiene entre los seguidores de esta corriente es Fractal flesh. En él, mientras Stelarc estaba en Luxemburgo conectado a través de sensores a Internet, su cuerpo recibía desde París impulsos que lo obligaban a hacer gestos involuntarios.
Esta propuesta merece especial atención porque los expertos consideran que allí dio el salto al sensorio colectivo. Pues, si bien en primera instancia sus músculos eran controlados voluntariamente, al conectar los electrodos al ciberespacio, permitió que los diferentes niveles de conexión en diversas zonas mundiales fueran los activadores o inhibidores de movimientos. Así logró transformarse en una especie de web humana.
Al seguir estas líneas de acción, no resulta extraño encontrar que el fin máximo de Orlan es lograr implantarse otra cabeza y que Stelarc menciona como próximo proyecto instalarse una tercera oreja artificial; pues en el fondo ellos, como otra serie de artistas, han destruido la identidad que como frontera infranqueable se manejaba del cuerpo.
El hombre chip
Idea que ha movido también al brasileño Eduardo Kac, quien se ha convertido en el proponente de muchas de las nuevas tendencias de vanguardia. En su más importante propuesta Kac implantó en su tobillo un microchip con un número de identificación de nueve caracteres y a través de la red se inscribió en un banco de datos norteamericano.
Si se aclara que el microchip es un transponder de los que se emplea para reconocer actualmente al ganado en remplazo de la vieja marca con hierro caliente y esa idea se une con la vieja costumbre de marcar a los esclavos en esa parte del cuerpo se encontrará que la acción de Kac va más allá de subvertir sus propias formas.
Pero lograr ese producto conceptual incluyo un estudio técnico que asegurara el éxito del experimento. Por una parte el capacitor y la bobina que conforman el aparato debieron ser lacrados en vidrio biocompatible para evitar que el cuerpo lo rechazara. El número inalterable e irrepetible memorizado en el microchip solo puede recuperarse por intermedio de un escáner portátil que genera una señal de radio para poder ser transmitido. El espacio físico en que se realizó el experimento, la Casa das Rosas, debió transformarse en un cuarto de hospital con médico e instrumental quirúrgico a bordo para atender las eventuales dificultades. Y se ubicaron varias computadoras con acceso al banco de datos en E.U. y con posibilidades de transmitir el evento a través de Internet.
Como si con eso no fuera suficiente y en una confirmación del sentido de espectáculo masivo que estos artistas dan a sus acciones, la experiencia se transmitió en directo a través del Canal 21 de Sao Paulo. Logrando que la gente del común empezara a interrogarse sobre el futuro que aguarda al ser humano y las mutaciones que la forma humana enfrentará en ese tiempo.
Claro que Kac, como Orlan y Stelarc, es solo una reducida muestra del panorama de hombres y mujeres que, como decía McLuhan, en la edad electrónica se han puesto la humanidad entera como piel. Ellos han convertido el concepto conciencia en una entidad tecnológica y han renegado de su condición biológica reorientando a través de caminos distintos y parecidos al proceso de evolución humana.
Por eso hoy hablar del cuerpo es tarea difícil. Habría que describirlo como simple motor de su prótesis, como interfase de un circuito eléctrico, como materia prima donde inscribir pertenencias socioculturales o como el sistema de órganos que deben ser modificados o sustituidos.
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